Rafaubeig: costeando que es gerundio.


Quedada a las 7'45 en el parking del Eroski de Palmanova, donde nos congregamos Jaume, Fabián, Luis con una  Megamo 29" para testear las ruedas grandes, Xouanar, Serafín  y un fijo poco habitual últimamente como es Miquel, condenado por el Coronavirus a convertirse en una especie de Sísifo moderno capeando una temporada turística nefasta a la que esperemos encuentre una salida. Fotos del sherpa con la gorra del ausente Capitán, lo que le convierte quizás en ¿general?


Salimos del parking callejeando por una Palmanova prácticamente desierta. Así como las Perseidas son fragmentos de detritus del cometa Swift-Turtle, la estampa de las calles turísticas abandonadas y vacías de borrachos trasnochadores muestra este año el detritus en que la estela del Covid 19 ha convertido la otrora brillante propuesta turística de Calvià, con una vacía piscina colgante de Magaluf como vestigio arquitectónico de una época opulenta que, esperemos, vuelva con seny la próxima temporada. Hay quien se plantea que debemos reforzar la industria local pero, ¿qué construímos? ¿Debemos inundar el mundo de ensaïmades? ¿Hay que calzar a Donald Trump con alpargatas para fomentar su compra? ¿Hay que convencer a los grandes chefs para que popularicen las greixoneres? Quién sabe... Pero dejémonos ya de analogías mitológicas y pandemias bíblicas y vamos a lo que vamos: al MTB. Ruta con mayoría mallorquina, por cierto. Y con mayoría 29er también, a excepción de Xouanar aka The last endurer.


Tras el comentado callejeo por Palmanova y Magaluf alternamos tramos de sendero y caminos de la urbanización cerca de Cala Vinyes hasta llegar a Cala Falcó por unas empinadas (y divertidas) escaleras. Cala monopolizada por un Beach Club ciertamente atractivo pero absolutamente vacío de parroquianos, quizás por la hora quizás por otros motivos.


De Cala Falcó toca remontar por es Comellar des Falcó y encarar hacia el antiguo Casino por la trastienda de la urbanización Sol de Mallorca, la Avinguda Mallorca, en cuyo cruce por una pista nos deja en la cala de Portals Vells III (llamada Caló dels Reis en algunos mapas) y tras una breve sesión de fotos en la playa de El Mago, donde unas había ciertas teutonas exhibiendo el por qué de su gentilicio.


Desde El Mago o Portals Vells II, que debe su malnom a que en el 67 se grabó ahí parte de una película "incomprendida" protagonizada por grandes estrellas de la época como Michale Cain o Anthony Quinn (en la película se suponía que la acción sucedía en una isla griega y vamos y la rebautizamos. En fin...); desde Portals Vells II, como decíamos, circulamos por los acantilados de la costa en dirección a Portals Vells, y de allí hasta superar, bicipateo de por medio, una Cala Figuera llena de despojos de los yates y una pestilente cabra muerta varada en la orilla, y luego el cabo del mismo nombre. Llama la atención la cantidad de furgoneteros aparcados a primera línea de acantilado aprovechando la imprecisión de los carteles disuasorios, con unas vistas impresionantes sobre el mar pero ciertamente con poco decoro para el prójimo.


Parada en las abandonadas instalaciones militares donde antes había instalados unos cañones antiaéreos Vickers 305 (alguno de ellos en exposición actualmente en el Castell de Sant Carles de Palma) y donde el Miquel, siguiendo la tradición anual, ha hecho gala de sus habilidades BMX. Habilidades no compartidas por todos, por cierto...


En el cabo de Cala Figuera primer descanso oficial a la sombra de la semiderruída torre de vigilancia y con la silueta del faro a contraluz. Es ésta una torre como muchas otras, construida hace unos 450 años para proteger a las poblaciones cercanas de las incursiones piratas, pero todo un símbolo de los territorios de la zona: protegidos pero abandonados a su suerte. Apuntalada y gunitada en 2016 para evitar su inminente derrumbe, pero un espectáculo bochornoso a la vista. Con eso uno se pregunta si, puesto que ya hay construcciones en proceso de ruina, no sería más sensato tratar de mantenerlas y sacar de ello un beneficio económico. Pero en fin... Tras un escueto piscolabis y debate BaixFort del Estado de la Nación proseguimos la ruta por terreno militar.


Llegamos a la caseta derruida también desde la que se domina sa Cala de s'Art y la ruta marítima de Mallorca con las Pitiusas. Sesión de postureo de las buenas con un paisaje increíble. Desde allí y por dentro de la finca Rafeubeig (o Rafalbeig, o Rafeubetx, topónimo probablemente árabe y anterior a la costumbre de poner las cosas por escrito, por lo visto) aprovechamos el mini DH que se ha construido por sobre las dunas para hacer un bucle. Tramos cortos pero divertidísimos con saltitos y curvas molonas y, sobretodo, con un piso sin piedras flow-friendly. Una zona declarada ANEI que no se convirtió en Parque Natural por la oposición de la mayoría de grupos políticos del Ayuntamiento de Calvià. Zona que se acaba abruptamente con las casas sobre los acantilados de El Toro, y que abandonó su uso militar en la década de los años 50 del siglo pasado cuando ya la proliferación de misiles antiaéreos hizo paulatinamente innecesarias las fortificaciones costeras.


Tras las dos pasadas por este minicircuito nos dirigimos ya al DH propiamente dicho, con sus saltos (dos de ellos verdaderamente imponentes) y sus peraltes. Reagrupamiento con una sonrisa de oreja a oreja y planteamos ya la vuelta al punto inicial. Vuelta en la que nos encontramos con unos cazadores merendando en la finca de ¿Ca'n Vairet? y que, amablemente, nos pusieron sobre la pista correcta para salir a la carretera de El Toro a Palmanova para cerrar el círculo con un paseo a ritmo cervecero hasta el Eroski, donde al cobijo del aire acondicionado nos proveímos de litronas y porquerías varias. En el párking y contraviniendo muchas (si no todas) las medidas anti Covid hasta la fecha, botellón sin mascarilla y cigarros al aire libre. Eso sí, manteniendo la distancia, o lo que es lo mismo: sin mariconeos.


Al final unos 30 kilómetros y 450 de desnivel positivo que, como siempre por los parajes rocosos de la costa, parecen más que por la Tramuntana. Buena ruta, buen rollo, vistas impresionantes... ¿qué más se le puede pedir a un sábado por la mañana?

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